viernes, 19 de febrero de 2010

Tesoros hundidos en el Golfo de Cadiz

"En el golfo de Cádiz hay más oro que en el Banco de España". Esta frase, atribuida al catedrático de arqueología Manuel Martín Bueno, sigue alentando la leyenda de las costas gaditanas y onubenses, donde duermen los restos de naufragios históricos. Dicen que éste es el mayor cementerio de galeones del mundo. Pero los trabajos arqueológicos apenas han podido recuperar una mínima parte de este camposanto marítimo. E historiadores y aficionados al buceo coinciden en culpar a la Administración de desidia, en comparación con otros Gobiernos extranjeros.

La presencia en Gibraltar del Odyssey Explorer, uno de los mejores barcos de una compañía cazatesoros estadounidense, ha vuelto a encender el interés por los tesoros subacuáticos. Esta empresa, con el acuerdo del Gobierno de Londres, quiere recuperar el Sussex, el buque insignia de la flota británica en el Mediterráneo hasta su naufragio en 1690 en medio de una tormenta. Con él, se hundieron quinientos hombres. Y nueve toneladas de monedas de oro, que ahora se valoran en 4.000 millones de euros. La búsqueda del botín se ha paralizado después de que la Junta de Andalucía, alertada por la Guardia Civil, comprobara que estos trabajos carecen del correspondiente permiso.

Entre Ayamonte (Huelva) y Tarifa (Cádiz) descansan los restos de 800 navíos hundidos entre los siglos XVI y XIX, más de 100 con valiosos tesoros. Muchos de ellos naufragaron tratando de embocar el Guadalquivir rumbo a Sevilla, donde concluía el comercio con las Indias. Otros, más al sur, entre las difíciles corrientes del Estrecho en plena ruta al Mediterráneo. Están también los barcos heridos de guerra. En esas aguas, se libró, hace 200 años, la batalla de Trafalgar, que enfrentó a las flotas británica y franco-española. Sólo en esa contienda se hundió casi una veintena, la mayoría, en el temporal posterior que duró ocho días.

Todo buzo que se haya sumergido en el golfo de Cádiz presume de haber visto un cañón de Trafalgar. O un ancla rodeada de moluscos. Incluso las municiones nunca disparadas, inofensivas ahora, depositadas sobre el fondo marino. "Es un viaje en el tiempo", explica un experto submarinista, que prefiere permanecer en el anonimato. No hay cascos de navíos visibles, horadados implacablemente por el teredo navalis, un gusano que destruye las maderas sumergidas. Los buceadores ubican con sorprendente claridad dónde están los restos de cada barco. El Santísima Trinidad, en Zahara de los Atunes. El Bucentaure, en la gaditana playa de la Caleta. Y presumen de haberse adelantado a las indagaciones del Centro de Arqueología Subacuatica (CAS) que la Junta creó hace una década para liderar estos trabajos.

Los arqueólogos del Gobierno andaluz, en colaboración con la fundación americana RPM Nautical y National Geographic Magazine, andan ahora inmersos en localizar e identificar los restos de esa batalla. En aguas del faro de las Puercas, frente a la alameda gaditana, se han localizado tres yacimientos. Entre Conil y Sancti Petri, se cuentan noventa cañones, dos grandes anclas y diversa munición. Los mismos elementos vistos muchas veces por los submarinistas de la zona.

No existe un gran entendimiento entre los buzos deportivos gaditanos y el CAS. Los responsables del centro arqueológico denuncian los expolios y los robos de abundante material. Los submarinistas se dan por aludidos y critican la generalización de las acusaciones. El sueño de muchos de ellos es poder colaborar en alguna expedición pero sienten que les cierran las puertas. "Sé del caso de dos buzos de San Fernando que encontraron algunos restos, lo comunicaron al CAS y no les dieron ni las gracias", explica un instructor de buceo. El recelo del colectivo ha frenado el intercambio de información con la Junta.

Los buceadores reconocen la tentación de llevarse pequeños objetos a casa. También hablan de la existencia de un mercado negro de restos. Pero mantienen que ha sido la Administración la que ha permitido las mayores atrocidades. Como el dragado de la canal de entrada al puerto de Cádiz en los ochenta. "Por los tubos salían cerámicas y ánforas destrozadas", recuerdan.

Contra los expoliadores están las multas. La más alta, 105.000 euros, se la impusieron a Adolfo Bosch Lería, Fofi, conocido buzo de San Fernando, a quien le fue incautada en 1992 su colección particular con más de 1.000 piezas. Desde entonces, Fofi mantiene una infructuosa batalla legal contra la Administración. Esa sanción marcó un antes y un después para los submarinistas. "Se impuso la ley del miedo", reconocen. En los últimos años, la Guardia Civil ha intensificado su vigilancia en las costas. En esa labor descubrió la presencia del Odyssey buscando el Sussex. Un conflicto cultural en el mar que puede acabar en los tribunales internacionales. Para el presidente de la Asociación para el Rescate de Galeones españoles, Juan Manuel Gracia, lo mejor es un acuerdo: "Que España se lleve una parte antes de que no se lleve nada".

Gracia lamenta el contraste entre el interés de las empresas internacionales y gobiernos de otros países con la "desidia" demostrada por la administración española para tratar de recuperar los tesoros. Una idea que comparten muchos historiadores gaditanos como Julio Terrón: "Ya es hora de que comencemos a rescatar los objetos de los naufragios y de que se creen museos adecuados". Hasta ahora, el CAS ha elaborado algunos catálogos y expuesto algunas piezas. Pero el mayor museo sigue siendo el sumergido.

Los resultados del silencioso trabajo del centro arqueológico para investigar los hundimientos de la batalla de Trafalgar podrían permanecer bajo el mar. La UNESCO, con la que España suscribió un convenio en esta materia en 2001, recomienda no extraer ningún resto del fondo marino salvo que exista peligro de destrucción o robo. Los vestigios de la contienda se quedarían donde están.

A expensas de los viajes en el tiempo de los buzos curiosos por esa Historia que ha echado el ancla en el golfo de Cádiz.

(El Pais; 11-04-2005)

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